jueves, 24 de noviembre de 2022

Sufrimiento

Siento el frío en mis manos, en los dedos, el dorso y la palma, un frío crudo e implacable que asciende por mis brazos y termina inundando todo mi cuerpo. A esa sensación le acompañan sentimientos de vacío, de un dolor profundo, de tristeza y enajenación de mi propio ser.

Un escalofrío, un pensamiento, una emoción. Se suceden sensaciones que me paralizan y me retrotraen a momentos del pasado. Han pasado años, pero la mente recuerda, el cuerpo tiene memoria y reacciona. Lágrimas en la oscuridad, en la soledad de aquella habitación. Y repitiéndose en mi cabeza una pregunta una y otra vez “¿Por qué?”.

Por qué sufrimos, y por qué nos ocultamos, nos escondemos, y nos avergonzamos de sentir. Sufrir nos hace humanos, forma parte de la vida.

Tal vez mensajes de infancia como “no llores, no es para tanto, tienes que ser fuerte…” han calado demasiado hondo. Tal vez nuestro ego no acepta que ésa es otra faceta nuestra, que coexiste con todas las demás, que permitirse ser y mostrarse vulnerable no nos hace débiles, sino todo lo contrario.

En cualquiera de los casos, nada es permanente, aunque cueste verlo cuando te encuentres en el ojo del huracán, arrastrado y arrasado por una emoción tan difícil de manejar, nada dura para siempre, observa dónde sientes esa emoción, si le damos su espacio pasará.

Dejemos de huir, y empecemos a escucharnos y aceptarnos.

miércoles, 25 de agosto de 2021

UNA REALIDAD INCÓMODA, DISONANCIA COGNITIVA Y OTROS FENÓMENOS DE INTERÉS

Abrió los ojos con cuidado, deseando que todo hubiera sido una pesadilla. Pero rápidamente el dolor lacerante e intenso en su espalda le devolvió a la realidad. Allí seguía, preso, cautivo, rodeado de otros como él. Gritos de dolor y de terror golpeaban sus oídos. Dolor por las torturas que les estaban infligiendo, terror por la incertidumbre de cuando sería su turno. Cada vez que veía a uno de sus captores aparecer, cada vez que escuchaba sus pasos, comenzaba a temblar intensamente. ¿Por qué?, ¿a esto se reducía su existencia?, ¿estaban en este mundo solo para sufrir? Sin ningún tipo de esperanza volvió a cerrar los ojos, cansado, fatigado física y psicológicamente. Comenzaba otra jornada en el campo de concentración, otra jornada en la granja industrial.




Lo que puede parecernos una película de terror, o algo impensable en pleno siglo XXI, es una realidad objetiva. Llevo reflexionando sobre este asunto durante años. Debatiéndome entre afrontarlo directamente o mirar hacia otro lado, como creo que le ocurre a muchas otras personas. Más allá del amor que puedas sentir hacia otros seres vivos como los animales, me pregunto qué o quién justifica un sufrimiento extremo como el que se les impone de esa manera tan cruel. Condenados desde su nacimiento al cautiverio, torturas, maltrato, y finalmente asesinato y uso de sus despojos. 


Pudieras decirme que eso no es así, que la realidad es bien distinta en las granjas hoy en día. Sin embargo, no dejan de denunciarse hechos que indican lo contrario.


Pudieras decirme que necesitamos alimentarnos comiéndonos a otros animales, que no hay otra alternativa. Sin embargo, esto sigue sin justificar la carencia de ética en el proceso, y ciertamente sí existen otras alternativas.


Hace unos días realicé una pequeña encuesta en Instagram, con una sencilla pregunta: “¿Te has preguntado alguna vez qué hay detrás de nuestra forma de alimentarnos?” acompañada de una imagen típica de granja: una madre observa impotente entre los barrotes de su prisión cómo se llevan a su hijo en una carretilla… no volverá a verlo jamás. De 133 personas que visualizaron la historia (un N nada desdeñable) apenas 10 contestaron (91% contestaron Sí, el resto No). Ésto me llevó a reflexionar sobre las causas de por qué hacemos lo que hacemos, y que perpetúan este sistema, esta rueda de sufrimiento que gira y aplasta todo a su paso. 



En psicología existe un concepto llamado “disonancia cognitiva”, se trata de una tensión o malestar psicológico que percibimos cuando existe un conflicto entre nuestros pensamientos, o entre un pensamiento y nuestro comportamiento. Es decir, cuando pensamos algo, pero actuamos de manera contraria, o cuando experimentamos pensamientos contrarios simultáneamente. Este constructo fue acuñado por el psicólogo estadounidense Leon Festinger en 1957. Concluyó que cuando experimentamos tal incongruencia y disonancia, tendemos automáticamente a esforzarnos en reducir dicha tensión, ya sea modificando nuestras ideas, o nuestra conducta, o introducir nuevos valores que justifiquen dicha actitud. En el caso concreto del consumo de carne, algunos investigadores como Hank Rothgerber hablan de un conflicto moral al que denominan “la paradoja de la carne”, planteando la siguiente pregunta: ¿cómo puede ser que a las personas les importan los animales, pero al mismo tiempo de los coman? (por no hablar de permitir que les torturen y destrozen sus vidas, añado yo). Pues bien, este conflicto moral genera una incomodidad psicológica que se puede aliviar de diversas formas: disociando los productos de la industria de la carne de los animales de los cuales provienen (como si de entes diferentes se tratase); conformando una imagen de estos animales como seres radicalmente diferentes a los humanos, sin capacidad de pensar o sufrir; evadir directamente esta realidad, generando una ignorancia deliberada (el mirar hacia otro lado de toda la vida); buscar argumentos en favor de su conducta, o negar la responsabilidad propia (el clásico: “si total, lo que haga yo no va a cambiar nada, y no tengo culpa de cómo se hacen las cosas).


Volviendo a la encuesta de Instagram. Si contesto que Sí, pero en mi práctica diaria no estoy haciendo nada para cambiar esta realidad entro en disonancia (pensamiento de preocuparse por los animales VS nulas acciones para reducir su sufrimiento) , conclusión no contesto. Si contesto que No también puedo entrar en disonancia (pensamiento de preocuparse por los animales VS pensamiento de no haberme planteado esta realidad antes, además de la deseabilidad social, concepto que abordaré en otra ocasión, por el cual tendemos a querer agradar a los demás, y mostrar una imagen conforme a lo socialmente bien visto. Por cierto, aplaudo a la única persona que contestó No, la honestidad es un valor que escasea demasiado). Teniendo esto en cuenta, se entiende que las pocas personas que contestaron, son aquellas que sí están emprendiendo acciones en su día a día para cambiar esta realidad, encontrándose su manera de pensar y su conducta en sintonía, son tristemente una minoría. Mientras que la gran mayoría optan por la evasión para ahorrarse un malestar psicológico gratuito. No se entienda como crítica personal, pues es un fenómeno completamente natural, y que todos experimentamos en mayor o menor medida. Por supuesto, habría que añadir otros múltiples factores que habrían influido en estos resultados, como el hecho de nisiquiera leer los stories, pasarlos rápidamente (como el que hace “scroll down” infinito en Facebook, sin apenas prestar atención, casi por inercia).



Si has llegado hasta aquí, simplemente te invito a que reflexiones sobre todo esto, sólo eso. Nos creemos seres superiores, invulnerables, eternos, por encima de los demás seres vivos del planeta, yo soy el primero que ha pensado y sigue pensando de manera inconsciente de esta forma. Pero estamos tan equivocados, somos vulnerables, caducos, una mota de polvo en la existencia del universo que nos rodea, irrelevantes, y al mismo tiempo destructivos y expansivos. Debemos revisar esa visión egocéntrica e ignorante de nosotros mismos. Debemos revisarla por nuestro propio bien, pero más aún por el de los demás seres con los que compartimos el planeta, y por la naturaleza misma.


Cada pequeño paso o cambio cuenta. No me avergüenzo de reconocer que pese a llevar años reflexionando sobre estas cuestiones continúo alimentándome de carne animal. Me encuentro actualmente reduciendo su consumo progresivamente, adoptando por ahora la dieta que se conoce como flexitariana. Pudieras pensar que es poca cosa, que eso no cambia nada, pero ¿y sí todos cambiáramos solo un poco? ¿de verdad piensas que no tendría ningún impacto positivo? Cada viaje comienza por un solo paso, te invito a mirar en tu interior, poner en orden tus creencias y dar ese paso que pueda conducirte hacia un nuevo horizonte más esperanzador. 

martes, 15 de septiembre de 2020

Atrapados en las redes sociales

Hace unos años eliminé mi cuenta de Facebook y borré la aplicación de mi teléfono móvil. Nunca me arrepentí de aquello, todo lo contrario. Sinembargo, poco después empecé a utilizar Instagram, y después Twitter… ¿Por qué?  Os recomiendo el documental “El dilema de las redes” en Netflix, que arroja luz sobre todo esto. Hace tiempo que se dice que las grandes empresas tecnológicas y las redes sociales (Facebook, Instagram, Twitter, Google, Youtube, etc) mercadean con nuestros datos. Pensamos que estas páginas y aplicaciones son gratuitas, pero no lo son, simplemente no somos nosotros quienes las pagan, porque nosotros somos el producto que se vende. Pero no venden nuestros datos directamente. Con lo que realmente mercadean y se lucran es con nuestra atención. Cuantas más horas pasemos frente a las pantallas, más dinero ganan, es así de simple. Por eso cuentan con equipos completos investigando cómo hacerlas más adictivas. Una notificación que te “obliga” a mirar el teléfono, nuevos likes, comentarios, noticias impactantes aunque sean falsas (fake news), todo ello son refuerzos que provocan una liberación de dopamina en nuestro cerebro, y nos instan a acudir asiduamente a nuestras pantallas. Mediante programas de refuerzo variables (los más adictivos, los que emplean las máquinas tragaperras) nos mantienen ahí, pues al no saber cuando llegará el próximo refuerzo, mantenemos nuestra conducta (consultar el teléfono, mirar la pantalla) durante más tiempo, más veces al día, haciendo scroll en la pantalla, sin fin.





Otro tema que me inquietaba también queda explicado en el documental. Hace unos días comentaba con unos amigos que cuando buscaba cualquier producto por internet (un libro, o unos auriculares, por ejemplo) acto seguido, las plataformas y redes sociales me “bombardeaban” con publicidad relativa a dichos productos. A mis amigos también les pasaba. Ahora sabemos por qué. Cuando buscamos algo por internet, esa información es compartida entre todas las redes y plataformas, y utilizada para seguir captando nuestra atención. Interpretan que es algo que queremos o nos gusta, de modo que una manera fácil de que sigamos en la pantalla es mostrarnos eso que “nos gusta” por todas partes, lucrándose al mismo tiempo con el dinero que los vendedores de dichos productos les pagan con gusto. Es el sistema publicitario más eficiente que ha existido jamás. 





Del mismo modo, y todavía más grave, ocurre con las noticias. Las plataformas te retroalimentan con aquel tipo de información, noticias, o fake news que más parece interesarte. De modo, que lo que recibes en tus redes, no es la realidad, no es un reflejo real de lo que ocurre en el mundo. No es más que una visión sesgada, una burbuja, que refleja aquello que a tí más te interesa, aquello que más capta tu atención. Por lo tanto, lo que recibes tú, es completamente distinto a lo que reciben las personas que tienes a tu alrededor. De ese modo estamos cada vez más aislados, más desconectados. Pensamos que tenemos una visión “real” de cómo son las cosas, cuando simplemente es una parcela minúscula de la realidad que hay ahí fuera. Vemos tantas veces el mismo tipo de opiniones, que estamos convencidos de que es la verdad absoluta, y esto nos lleva a la falsa percepción de que los demás están equivocados, para nosotros es tan evidente. Pero es que para los otros es también evidente que nosotros estamos equivocados, simplemente porque tienen otras fuentes de información distintas. Esto ocurre mucho en política. Si matamos el pensamiento crítico, la diversidad de opiniones, contrastar las noticias, ¿qué nos queda? El que sea de derechas sólo recibirá en su feed noticias que avalen su opinión e ideas políticas, y el de izquierdas lo mismo pero en sentido inverso. Posturas cada vez más polarizadas, con menos margen de negociación o consenso, personas más aisladas y enemistadas con el mundo. Viviendo en nuestra burbuja, y aislados del exterior. Con todo lo que conlleva. Cuando las grandes empresas y los poderosos son capaces de conocer nuestros intereses, y de manipular nuestras opiniones y acciones, tienen al alcance de la mano por ejemplo un vuelco electoral. Esto es algo que ya ha ocurrido. Parece de ficción, que mediante las redes sociales se pueda influir y cambiar el viraje político de un país, pero es posible, y sucede.





Todo esto no es mi opinión sin más, es el testimonio de antiguos trabajadores y directivos de las propias empresas. Personas que han formado parte de la creación de este monstruo de inteligencia artificial que nos aísla y nos manipula. Son personas que lo han visto de primera mano, y que ahora lo dejan expuesto ante la opinión pública. Lo que haga la gente con esta información ya es otra cuestión. Probablemente nada, pues somos adictos, y cuando se sufre una adicción es fácil encontrar argumentos para continuar con el hábito, aunque los hechos objetivos del perjuicio para tu salud estén ahí delante. Nos tienen atrapados, y salir de esta red puede resultar más complicado de lo que parece. Para demostrar este punto, os propongo un reto. Una prueba para demostraros a vosotros mismos si sois realmente libres o estáis ya atrapados en las redes. Os propongo que permanezcáis una semana sin visitar vuestras redes sociales. Simplemente eso, siete días sin redes sociales, no el email o el whatsapp que entiendo que tienen una utilidad en el día a día, sólo las redes sociales (Facebook, Twitter, Instagram) apps totalmente prescindibles, que no necesitáis en vuestra rutina diaria. Para aquellos que lo veáis demasiado “radical”, al final del documental hacen algunas sugerencias para disminuir la influencia que tienen sobre nosotros: desactivar las notificaciones, borrar algunas apps, reservar un tiempo cada día para consultar las redes, nunca aceptar las sugerencias de noticias o páginas que te ofrezcan las redes, sino decidir tú mismo lo que consultas, son algunas de las ideas para recuperar nuestra libertad de decisión y nuestras vidas. Nos vemos al otro lado de las pantallas.

miércoles, 18 de marzo de 2020

Tiempos oscuros, tiempos de esperanza

Mucho ha ocurrido desde mi última publicación en este blog. Me he prometido en varias ocasiones escribir con más asiduidad, sin embargo aquí estoy, casi un año después del último post. Y ha hecho falta una cuarentena forzada para que me siente delante del teclado otra vez. Trato de ordenar mis ideas, de reconocer mis pensamientos. 

Vivimos anestesiados, ésa es la primera conclusión que me golpea. Anestesiados por la tecnología, por los medios de comunicación, por los programas mentales que sin ninguna maldad nuestros padres instauraron en nuestros jóvenes cerebros. Vivimos deprisa, ansiando lo próximo que vendrá, deseando el próximo evento, e ignorando lo que nos ocurre ahora mismo. Así duele menos. Duele menos, pero nos perdemos la vida. Conectados de manera perpetua, desconectados de nuestro entorno inmediato. Y yo mientras sólo quiero escuchar el canto de los pájaros.


Cuánto tiempo hace que no te miras al espejo. No por las mañanas antes de salir a tu rutina diaria. Mirarte de verdad, atravesando la mera imagen proyectada, atravesando la piel y los huesos, alcanzando tu esencia. Quién eres, quiénes somos como sociedad. Hace tiempo perdí la esperanza en el ser humano como especie. Sociedades individualistas como la nuestra se caracterizan por un egoísmo extremo, en el que sólo me preocupa el prójimo si puede perjudicarme o puede reportarme algún beneficio. Sólo me muevo si me afecta directamente. Y el resultado lo tenemos estos días. Hay quien opina que cuando salgamos de esta crisis global habremos aprendido una lección muy valiosa, que nos hará mejorar en muchos aspectos. Yo creo que dicha lección, si es que llega a aprenderse, será olvidada con los primeros conflictos, los primeros vientos de abundancia, o simplemente por pura inercia, acomodándonos fácilmente a nuestra rutina, nuestra anestesia, la rueda que siempre gira implacable, de la que no es fácil bajarse.


Tiempos oscuros sí, pero que no se me malinterprete. Son también tiempos de esperanza, pues para valorar ciertas cosas es necesario perderlas, o por lo menos verlas amenazadas. La libertad, la abundancia, el sosiego no podrían paladearse igual sin confinamiento, escasez o ansiedad previos. Mucho se va a perder, no me cabe duda, pero el sol volverá a brillar. Nos levantaremos y recobraremos el aliento. 

No puedes imponer tu voluntad en forma de expectativas sobre las demás personas. Decepción es lo único que hallarás tarde o temprano si lo intentas. Mejor que eso simplemente deja que la vida fluya, deja que los sucesos acaezcan libres, y degusta el placer de observarlos. Por eso yo decido permanecer despierto. Despierto de ese sueño, ese espejismo de banalidad. Despierto cada segundo, pues podría ser el último. 


Mucho ha ocurrido desde la última vez que volqué mis pensamientos sobre esta parcela que decido compartir con el mundo. Cambios vitales, personales, profesionales, existenciales. ¿Sigo sin embargo siendo el mismo? Acumulo conocimiento y aprendizajes, pero conservo muchos de mis defectos. Pese a todo sigue fascinándome cada vez que venzo el miedo y me asomo a lo más profundo de mi ser. Sigue emocionándome la vida, y sigo deseando crecer y mejorar día a día. Una temporada sin salir de casa parece una buena ocasión para visitar con mayor frecuencia esta parcela.

Mucho ánimo a tod@s. Nos vemos después de la pandemia.

martes, 28 de mayo de 2019

Pérdida, cambio y transformación

A veces nos aferramos y apegamos al pasado, nos empeñamos en negar el cambio. La zona de confort puede resultar aburrida, pero también muy cómoda, e incluso adictiva. Las antiguas rutinas, esa monotonía previsible, esa inercia que encaminaba tus pasos, dándote una falsa percepción de control. Pero he aquí un secreto, las crisis, las rupturas, los cambios son necesarios, son constructivos (pese a que parezca lo contrario a veces), y suponen una oportunidad para resetear. Para reiniciar tu vida, dejar atrás aquello que no te aporta o te perjudica, e instaurar nuevos hábitos y costumbres más alineadas con tus valores, con tu esencia, con aquel o aquella en quien te estás convirtiendo. Por eso debemos aprender a soltar, a dejar ir, a aceptar aquello que no podemos controlar. Aunque duela, porque duele, es inevitable, pero para que sane ha de doler, para cicatrizar las heridas es preciso que duelan. 



Aceptar no es bajar los brazos con resignación, con desesperanza. Aceptar es ser conscientes de que hay sucesos en nuestras vidas que no podemos cambiar, que no dependen directamente de nosotros. Pero aceptar es también tomar una actitud activa y positiva. Es quedarse con lo bueno de lo que ocurre, y plantearse nuevos retos, mirar al futuro con esperanza. El pasado ya no tiene importancia, pese a que nuestra mente se empeña a veces en reproducir hechos del pasado, distorsionarlos, buscar mil escenarios alternativos en los que las cosas terminan de un modo diferente. El futuro está por venir, cada cosa a su tiempo, aunque nuestra mente se empeña a veces en pintarlo de negro azabache, anticiparlo, perder la ilusión y pensar que ya no queda nada. El presente es la clave, el aquí y el ahora, suena a tópico en estos tiempos saturados de gurús de la felicidad, pero no tenemos momento más valioso que éste preciso instante. Cierra los ojos y respira profundamente, estás vivo, viva, sientes, cada célula de tu maravilloso cuerpo vibra en armonía. 



No tengas miedo a cambiar, a transformarte, a adaptarte como el agua entre las rocas. 
No tengas miedo a crecer, a ser libre, a caminar hacia donde tu esencia te señale. 
No tengas miedo a vivir, porque la vida es todo lo que cuenta, lo que hagas con ella depende sólo de ti. Tú decides cómo quieres vivir. 



En una sociedad que se empeña en “buscar la felicidad”, esa insaciable e infatigable búsqueda, con tales expectativas que es difícil no darse un batacazo. No busques fuera de ti, es más, no busques. No necesitas buscar, porque todo lo que necesitas ya lo tienes, está dentro de ti. Simplemente encuentra, encuéntrate a ti mismo, a ti misma, en tus valores, en tus creencias, en aquellas pequeñas acciones que te hacen sentir bien, en esos retos que te planteas para seguir creciendo y aprendiendo, en cuidar tu cuerpo y tu mente. No busques y encontrarás. Eso es felicidad, eso es plenitud. Dale la bienvenida más cálida a tu nuevo tú. 

lunes, 17 de septiembre de 2018

Todo es sueño


Para cuando estés durmiendo, recuerda que todo es sueño.
Aquello que das por sentado y eterno, sólo es pasajero.

No por eso dejan las hojas al viento de volar con empeño.
No por eso dejan los pájaros de trinar con esmero.

Si algún día me recuerdas, viviré para siempre.
Si dejo mi huella, no moriré vanamente.

Mis fuerzas flaquean, pierdo el sentido y el temple.
Mis manos ya tiemblan, se escapa mi mente.

No sufras, dormiré plácidamente, pues todo es sueño.
Pero antes viviré, descubriré y amaré como incansable viajero.

 - R. del Val - 


domingo, 4 de diciembre de 2016

LA MEDITACIÓN EN MI VIDA I: Budismo, mindfulness, y algún tiempo en blanco.

Y allí se sentó, bajo un árbol, en silencio y calma completa. Cerró los ojos y respiró profundamente varias veces. Sentía cómo una suave brisa rozaba su rostro, sentía el contacto de su cuerpo contra la rugosa pero cálida superficie del árbol, la tierra bajo sus piernas cruzadas. Y sosiego, equilibrio, tranquilidad infinita. Y allí permaneció impasible largo tiempo, observando su respiración, sus pensamientos y sus emociones, que como nubes que surcan el cielo, si solo las observas y no las juzgas, pasan sin provocar tormenta. Y es así como Sidarta Gautama dejó de sufrir. Es así como alcanzó la iluminación. Es así como un hombre se convirtió en Buda.

Si hay un tema sobre el que llevo tiempo queriendo escribir, es sin duda la meditación. Una práctica que me ha aportado mucho como persona y ha traído paz interior en momentos de verdadero caos en mi vida. Llevo muchos años enfrentado en cierto modo con el estilo de vida imperante en la sociedad en la que vivimos. Una sociedad que nunca se detiene, que siempre tiene prisa, que necesita crecer sin cesar y producir como si no hubiera un mañana. Tal y como está organizado todo, no es de extrañar que el estrés laboral sea la norma y no la excepción, que la depresión amena, , con ser epidemia dentro de no mucho, y que la ansiedad forme parte de las emociones que se experimentan más frecuentemente en nuestro día a día. Vivir para trabajar, y no al contrario. Muchas horas “calentando el asiento” en el puesto de trabajo en lugar de horarios más razonables pero más eficientes. De un modo u otro, hace unos años me vi atrapado en una situación desagradable, algo fallaba, algo faltaba, una sensación de falta de libertad me atenazaba. Aún hoy sigo luchando por ganar un poquito más de libertad día a día, pero desde hace un tiempo cuento con una herramienta muy valiosa que me puso las cosas más fáciles.



Como cuando te duele algo y curioseas por internet para ver qué puede ser lo que te pasa. Yo también pasaba largos ratos navegando en busca de respuestas. Empecé a interesarme por el budismo, no como religión, sino como filosofía de vida completamente flexible. Sin duda algún día dedicaré una entrada del blog al budismo, pero sólo me detendré ahora a señalar que una de las cosas que más atractivo lo hacen a mis ojos es la mente tan abierta que demuestran, diametralmente opuesta a los dogmas de fé que caracterizan otras corrientes religiosas. Vendrían a decir algo así como: “aquí tienes la sabiduría y enseñanzas que nos dejó Buda, y numerosos maestros después de él en busca de la liberación del sufrimiento y de alcanzar una vida plena, pero ¡ojo! no creas nada de lo que dicen por muy sabios que parezcan, duda de todo, ponlo todo a prueba, si lo experimentas por tí mismo, y para tí es bueno y funciona, entonces sí, hazlo tuyo y créelo, si para tí no sirve, olvídalo. Tú creas tu propio camino hacia la iluminación”. Fomenta el pensamiento crítico y la propia experiencia, y eso me resulta muy positivo, muy sincero. Como cuando alguien no pretende convencerte de algo a la fuerza, por que no tiene ningún interés oculto camuflado tras sus palabras, simplemente quiere compartir algo bueno que hará del mundo un lugar mejor. Y el budismo nos lleva a la meditación, pues esta técnica es una de las herramientas que emplean los monjes budistas (y todo aquel que quiera, por supuesto) para alcanzar el equilibrio mental y paz interior. 



Cuando dices que meditas (si es que te atreves, porque otra cosa que caracteriza nuestra sociedad son los prejuicios y la hipocresía), mucha gente te mira extrañado, algunos se ríen y hacen algún comentario jocoso, y otros simplemente te preguntan: y eso ¿en qué consiste?, ¿te sientas sin hacer nada sin más? Hoy en día el concepto de “no hacer nada” está muy mal visto, hay tanto por hacer, tanta prisa, tan poco tiempo, ¿cómo vas a sentarte a perder el valioso tiempo para nada? Lo que mucha gente no ve es que pocas cosas pueden justificar tanto la inversión de tu tiempo que el pararse unos minutos a cuidarte a tí mismo, dedicarte un rato para tí, para demostrarte que te aprecias, para cuidar tu mente por una vez. Hace bastantes años al que iba al gimnasio regularmente se le miraba raro, hoy en día es algo de lo más común, llegará el día en que también sea habitual ir al “gimnasio de la mente”, dedicar unos minutos diarios a meditar, tiempo al tiempo. Pasamos mucho tiempo preocupados por lo que piensan los demás, esforzándonos en cubrir las expectativas de otras personas, en no decepcionarles, en estar a la altura… Y qué poco tiempo escuchándonos a nosotros mismos. Pues eso es meditar, eso es lo que significa. 

La siguiente pregunta obvia es, ¿cómo lo hago? Bueno, hay muchas técnicas distintas que han ido evolucionando de las diferentes escuelas procedentes de la India, Japón, China, etc. Hoy día la meditación ya ha llegado a Occidente, y poco a poco se ha ido popularizando en nuestra sociedad. Mis primeros acercamientos reales con la práctica llegaron de la mano del mindfulness, seguro que te suena, las estanterías de las librerías empiezan a estar desbordadas de libros sobre el tema. Así que me planté en un centro budista donde se practicaba en sesiones de una hora y media a ver qué tal era eso. El mindfulness es un tipo de meditación que se centra en vivir el momento presente, desarrolla la atención plena para disfrutar del ahora. Estamos habituados a ocupar nuestra mente con pensamientos sobre hechos pasados, y preocupaciones por eventos futuros e hipotéticos, y dejamos de lado el presente, que al fin y al cabo es lo único verdaderamente real, es el momento más valioso de nuestras vidas, si no disfrutamos con lo que estamos haciendo ahora mismo, no disfrutaremos con nada. Descubrí dos cosas asistiendo a aquellas sesiones. Descubrí que me gustaba mucho meditar, y que mi cuerpo y mente me pedían más. Allí aprendí qué posturas adoptar, cómo respirar, ejercicios diversos centrados en el cuerpo, las emociones, las sensaciones… De lo que se trata básicamente es de focalizar tu atención en diversos objetos concretos, a los que llamamos objetos de meditación, que pueden ser partes de tu cuerpo, tu respiración, emociones, sonidos, … Aprender, por tanto, a estar presente no sólo físicamente sino también mental y espiritualmente. Lo más bonito de esto es que lo puedes aplicar en tu día a día, en cada acto cotidiano que se te ocurra, es lo que se llama meditación informal. Hay un dicho budista que dice: “si comes come, si duermes duerme”. Cuando te lavas los dientes cada día, cuando conduces hacia el trabajo, cuando te preparas un té o un café y te sientas a disfrutarlo, son momentos sencillos que se hacen infinitamente más especiales si los vives estando presente, y no con tu mente divagando de un pensamiento a otro (a lo que se le conoce como “mente de mono” que salta de una rama a otra, siempre me ha hecho gracia esa expresión).



Y así estuve un tiempo, pero como el ritmo de esta sociedad es implacable, y nuestra determinación a veces débil, el hábito que con esfuerzo había adquirido, casi sin darme cuenta, fue desapareciendo. En mi caso, que dejaran de hacer las sesiones de mindfulness en el centro fue determinante, pues es mucho más difícil mantener la practicar sólo que en grupo, con esa motivación extra. De todos modos, yo creo que la naturaleza es muy sabia, y que todo tiene su momento. Que cuando tu organismo necesita algo te lo hace saber, te envía señales cada vez más potentes hasta que las captas. Y después de una temporada habiendo abandonado la meditación casi por completo, la semilla que ya había germinado en mí comenzó a latir con fuerza. Más adelante lo retomé con ayuda de alguna app, nuevos conocimientos adquiridos y un retiro de meditación de 10 días en el que me embarqué hace unos meses, una experiencia dura como pocas, pero transformadora y muy valiosa. Pero eso será otra historia. Por ahora debo dejaros, pues mi banco de meditación me llama para que le dedique unos minutos de cuidado a mi mente. Namaste.